A mediados de marzo, y con una borrasca en el Levante que me hizo intentar retrasar el día de salida en el barco, me encaminé hacia Denia para zarpar en el ferry con destino a Ibiza.
No estaba muy seguro de cuándo y cómo llegaría, pero el caso es que no conseguí retrasar el billete para el barco. Todo lo demás fueron kilómetros bajo la lluvia y una potente marejada en el trayecto marítimo.
Al llegar a la isla, con algunas horas de retraso, todo el mal tiempo pareció quedar en la península.
Durante las siguientes jornadas disfruté de unos paisajes únicos, acantilados, calas, sol, mar y carreteras deliciosas.
No me olvido de Formentera. Un lugar privilegiado donde los halla en el planeta Tierra, de la que no diré nada más.
Por cierto: En realidad no son islas. Dan la impresión al acercarse a ellas, de tratarse de bosques verdes emergiendo del agua.
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