Me gusta ver el escenario real donde se ruedan las películas. Digamos que es una manera de acercar el mundo imaginario del cine al suelo que piso.
Imagino a esos actores, que tan lejanos e inalcanzables me parecen, y que dejan de serlo, porque como yo, pusieron sus pies en esos lugares durante los rodajes.
Muchas carreteras tienen nombre propio entre los motoristas a nivel internacional. Son mundialmente conocidas por sus retorcidos trazados, y transitarlas se convierte en un objetivo a conseguir, estén donde estén, y a pesar de tener que cruzar un continente para llegar a ellas.
Nos olvidamos de otras, no tan conocidas, pero igual de retorcidas o más que las famosas, mucho más a mano, mucho menos concurridas y que satisfacen plenamente el deseo de curvas y más curvas, rodeadas de paisajes incomparables.
El Desierto de Tabernas ofrece unos paisajes únicos de barrancos y montañas esculpidos durante milenios. Recorrer su interior por pistas polvorientas o incluso por alguna carretera asfaltada que lo atraviesa, sin aparente rastro de vida alrededor (aunque no es así si observamos con detenimiento) es una experiencia difícil de describir.