De muchos es conocido el valle de Arán por sus paisajes de montaña, sus estaciones de esquí, su acogedor ambiente y su paso al país vecino.
En la carretera que sube a la estación de esquí de Baqueira-Beret, nace el río Garona, que en su breve recorrido antes de cruzar la frontera con Francia, recoge el agua de innumerables torrentes, arroyos, riachuelos y afluentes, que con el paso del tiempo, entre los frondosos bosques de hayas, abetos, pinos, abedules, robles... han ido labrando lugares de extraordinaria belleza, unos muy conocidos, otros menos.
Sin buscarlo, se encuentra un valle de Arán ajetreado, vivo, próspero, artificial, fácil y conocido.
Hurgando un poco, y recorriendo las carreteras secundarias y los caminos, no es difícil encontrar un poco alejado del bullicio, otro valle de Arán más pausado. Menos turístico, pero no por ello menos atractivo.
Es fácil ver cómo era el valle hace pocas décadas. Mucho más integrado, que conserva los usos tradicionales de la ganadería, la agricultura y la silvicultura. Sus pueblos, de acceso complicado en ocasiones, ofrecen la apariencia de antaño, algo diferente a los más grandes y turísticos de las orillas del Garona.
El valle de Arán, si se sale un poco de las ciudades principales y se recorre con calma, tiene mucho que ver.
Como la mayoría de los valles del Pirineo.




































